martes, 26 de abril de 2011

EDUCAR: UN ACTO DE ESPERANZA


La educación como un acto de esperanza en el otro, en su posibilidad de ser y aprender, se constituye en un acto de confianza, que surge del maestro al alumno y viceversa.

La fe en la capacidad del alumno motiva la acción diaria, la búsqueda de estrategias por parte del maestro, provocando el deseo de empezar de nuevo una y otra vez. De no ser así, no tendría sentido la misión formativa, se vendría abajo desde el  primer momento. Si el maestro  viera en el alumno solo fracaso ¿Qué sentido tendrían sus esfuerzos?.

Igualmente requiere el alumno confiar  en el maestro, reconocer su saber y experiencia, como un voto de seguridad respecto a su progreso, a su aprendizaje.

Por esto el acto educativo como un acto de amor, debe acercar dos deseos, dos votos de confianza, dos esperanzas que se hacen una. Aunque no siempre es así, se rompe a veces el lazo que une esta dualidad y entonces es difícil avanzar positivamente.

El afán del maestro por no defraudar al alumno, se espera compensado por el de este, por dar lo mejor de sí y  de la misma forma la disposición del alumno aguarda la entrega del maestro. Es un compromiso dual, cada uno ha de hacer lo que le corresponde, respetar al otro y establecer una relación dialógica que permita poner sobre la mesa los pro y los contra, los avances y los retrocesos.

Se ve de esta forma, el acto educativo como un encuentro humano, una construcción, un camino colectivo para  un logro individual en el  alumno. Un caminar juntos hacia una misma dirección, conservando cada uno su identidad, su particularidad. Uno y otro, alumno y maestro aporta saber, historia, personalidad, expectativa, capacidades, limitaciones, preferencias, intereses y necesidades; se animan, se retan, se confrontan, es parte del proceso, en palabras de  Freire (1997)[1] se establece una práctica estrictamente humana, pues la educación  jamás puede entenderse como una experiencia fría, sin alma, en la cual los sentimientos, las emociones, los deseos los sueños debieran ser reprimidos.

Por ende, el maestro, llamado a ser guía del trayecto,  ha  de conocerse y conocer a su alumno en fortalezas y debilidades, dominar el saber disciplinar y la acción didáctica, la aplicación de la sicología  y el direccionamiento pedagógico del proceso en bien de los propósitos planteados para la acción educativa, ha de gestionar la esperanza que combinan discente y docente para  que la meta educativa se materialice con éxito. Ha de mantener el espacio para cada uno y propiciar condiciones para el desarrollo del papel de ambos.

En la cotidianidad del aula, se pone a prueba este acuerdo invisible de confianza en el otro, este convenio tácito de buscar juntos un objetivo posible traducido en aprendizaje, la vivencia de un  pacto de esperanza que se constituye en motor y que Freire (1997)[2] señala como exigencia para la práctica  educativa: “La esperanza de que  profesor y alumno podemos juntos aprender, enseñar, inquietarnos, producir y juntos resistir los obstáculos. La esperanza  forma parte de la naturaleza humana”


¿Estamos haciendo vida este compromiso, en nuestra práctica docente?

Nora Liliana Vàsquez Pèrez





[1] (1997) FREIRE, Pablo. Pedagogía de la Autonomía. Siglo Veintiuno Editores. México.Pág.139
[2]  (1997) FREIRE, Pablo. Pedagogía de la Autonomía. Siglo Veintiuno Editores. México. Pág. 70

sábado, 16 de abril de 2011

SER MAESTRO: LA NECESIDAD DE LA RIQUEZA INTERIOR


El compromiso de guiar a otros a ser, implica dar cuenta del qué enseñar actitudinal, ser referente de persona. La acción docente se encamina al corazón antes que a la mente.
La labor orientadora del Maestro exige riqueza interior, fortaleza espiritual, serenidad, lo cual se logra a través de la reflexión continua, la meditación, el ejercicio de la fe.
Comunicar esperanza, conlleva poseerla, por tanto es indispensable que el maestro se alimente espiritualmente y dedique tiempo a reconocerse, purificarse.
Nadie da de lo no tiene y de la abundancia del corazón hablan los labios, he ahí, hay que ser, para con coherencia guiar a otros a la potenciación de sí, a la formación espiritual.
Por todo esto, es necesario apartarse, encontrarse a sí mismo, revisar las convicciones, sanarse  y retroalimentarse, evitando que el corazón endurezca y el alma se enfríe, manteniéndonos humanos, sensibles y trascendentes.

Por eso, al llegar la Semana Santa, valoro que:

Otra vez llegó
la especial bendición,
es tiempo propicio
para la reflexión.

Estos días sean plenos
de fe y devoción,
serenidad, oración,
de familia y reconciliación.

El alma se colme
de paz espiritual,
de renovado entusiasmo,
de amor y bondad.


Nora Liliana Vásquez Pérez

lunes, 11 de abril de 2011

ENTRE MAESTROS: LA CONVIVENCIA HUMANIZADA,UNA EXIGENCIA ÉTICA.

Ser parte de un colectivo docente integra también un componente humano.
Establecer relaciones sanas basadas en el respeto y  la tolerancia se constituye en base fundamental que favorece la convivencia armónica.
Entender un equipo académico, desde su contexto humano, implica considerar percepciones, sentimientos, emociones, subjetividades.
Lo intelectual no anula lo humano, al contrario debe potenciarlo, enriquecerlo. El diálogo, la comprensión, la solidaridad deben estar siempre  presentes, propiciando:
ü  Respeto a la individualidad,
ü  Valoración de cualidades y tolerancia a las debilidades,
ü  Aceptación de diferentes puntos de vista y estilos de acción.
Siendo el maestro un referente ético, socaba su figura como modelo a imitar, el hecho de que convierta la burla, el atropello o la indiferencia como la conducta que guíe las relaciones humanas, con sus pares.
Los encuentros de maestros deben construirse como espacios de humanización en los que se valora a la persona, se comprenden formas de ver el mundo, se practican normas de urbanidad y se acuerdan pautas de convivencia que apunten al bien común.
La convivencia se nutre de acciones cotidianas, entre ellas:
ü  Escuchar a quien habla,
ü  Respetar el espacio y pertenencias del otro,
ü  Evitar risas y comentarios inapropiados,
ü  Pedir la palabra al hablar,
ü  Ser asertivo al llamar la atención, aconsejar en vez de atacar,
ü  Ejercer autocontrol en las emociones,
ü  Asumir el diálogo como el medio ideal para la resolución de problemas,
ü  Diferenciar la discrepancia intelectual del conflicto personal,
ü  Ser prudente en todo momento,
ü  Demostrar en cada espacio y situación, un comportamiento adecuado,
ü  Solicitar excusas cuando es necesario.
Asumir  la convivencia como un requisito esencial para la vida, en el ámbito educativo es una exigencia, toda vez que el acto formativo es ante todo un acto dialógico, un encuentro de voluntades.
El maestro, formador por excelencia desde su ser, ha de asumir la coherencia de discurso y práctica en todos los aspectos de su vida, para garantizar así que su labor sea efectiva y duradera.

Nora Liliana Vásquez Pérez



miércoles, 6 de abril de 2011

¿FORMAR EN COMPETENCIAS UN NUEVO PARADIGMA?



Formar en competencias aparece como la labor contemporánea en educación.  Diversas  propuestas orientan una formación para ser, saber y saber hacer.  Para formar e instruir para la vida.
Es fácil decirlo para implicar la instauración de todo un paradigma: dejar a un lado un listado de contenidos que se transmiten para seleccionar  conceptos que se construyen, y se hace para aplicarlos, para darles sentido.
Formar seres competentes, hábiles, capaces, implica tener claridad respecto al ¿Qué? ¿Cómo? Y ¿Para qué? Del conocimiento, hacer un pare en las prácticas tradicionales de enseñanza e implementar proyectos, aprendizaje colaborativos y clases activas.  Hay que articular las vivencias escolares y nutrir los planes de aula.  Se trata de cambiar formas de pensar y actuar, planear y evaluar…  revertir el “aprendo cosas que no sirven para nada” por el “aprendo para ser y  hacer más y mejor”.
¡Bienvenida la transformación de los procesos educativos! ¡Bienvenidos los Maestros dispuestos a afrontarlos!
Nora Liliana Vásquez Pérez.