En tiempos de convulsión, Francisco se sintió llamado
para vivir una transformación, que sanara su corazón.
Y sin darse casi cuenta lideró un movimiento
que invitaba a vivir con humildad y a practicar la fraternidad.
Su testimonio de pobreza, de paz y de acogida,
fue para muchos camino que dio sentido a su vida.
Una persona modesta, esmerado en ser sencillo,
que supo ver desde siempre, en la naturaleza su brillo.
Que promovió el encuentro, con el sol y con el río,
con plantas y animales encontrar un fuerte vínculo.
Francisco el generoso, el invisible, el orante,
que invitó a todos a su paso a hacer de la paciencia un arte.
A cantar con la criaturas, ser ejemplo de bondad,
a promover el encuentro, al Señor siempre agradar.
San Francisco de la alegría, de la serenidad y la armonía,
de la confianza plena en Dios, del encuentro, del amor.
Hoy y siempre su invitación cobra firme pertinencia,
su exhortación a vivir, con fe y con prudencia.
A asumirnos sujetos de diálogo y amplia generosidad,
capaces de dar a la personas un considerado lugar.
Todas ellas actitudes, que en los maestros quedan bien,
para hacer de la pedagogía un acto de entrega al cien.
Nora Liliana Vásquez Pérez
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